Edgar Narváez – Presidente de Skydiver Cía. Ltda, relato de cómo nace el salto tándem en nuestro país:

Foto archivo: Bill Booth y Ted Strong haciendo tándem con sus esposas

Foto archivo: Bill Booth y Ted Strong haciendo tándem con sus esposas

Era 1987 había visto una foto de Bill Booth y Ted Strong en una revista conocida de paracaidismo de los Estados Unidos. Ellos hacían tándem con sus esposas y se tomaban de las manos en el aire, enseguida pensé -yo también lo puedo hacer-, inmediatamente revisé a detalle la fotografía y observé que los equipos tenían unos anillos en “D” tanto arriba como abajo y eran muy grandes (y noté que esos arneses eran los que se utilizaban para llevar carga). Yo en esa época, era Capitán del Ejército Ecuatoriano, con la foto en mi mano, fui a la bodega de paracaídas y pregunté qué equipos operacionales teníamos. El bodeguero, Sgto. Luis Bravo alias “El Cuy”, muy amigo mío, me indicó que sí había este tipo de equipos, de hecho había un equipo operacional de color camuflaje Pioneer y que precisamente lo habían  dejado de prueba. Este era de un equipo relativamente nuevo, que alguna fábrica dejó en la Brigada de Fuerzas Especiales para que lo salten y den algún informe sobre sus cualidades. Lo primero que hice fue verificar las características técnicas, y noté que la dimensión de la cúpula o velamen de 360 pies era muy grande al igual que su paracaídas de reserva, –digo MUY GRANDE porque para esa época, los equipos que usábamos eran los Parafoil de 272 pies y esos ya nos parecían grandes-.

Cuando pregunté al Sgto. Bravo cuál era la capacidad de carga de este paracaídas con una tula de armamento, me supo manifestar que soportaba más o menos unas 400 libras. Enseguida pensé -esto es lo que yo necesito para mi prueba-, con la ayuda del Sgto. Bravo conseguimos un arnés de paracaídas dados de “baja”, específicamente de un container de un paracaídas Lancer. Me parecía el más adecuado y fácil para hacer la readecuación, tomé uno y corté toda la tela que armaba el container y sólo me quedé con el “alma”, es decir: el arnés. Pero tenía un problema, los conectadores a la cúpula tenían que ser cambiados por ganchos, ya que así lo había visto en la foto. Por esto, fue así como se cambiaron los conectores del arnés a la cúpula por ganchos, los cuales se consiguieron de la misma bodega de paracaídas. Para las correas de los tirantes de piernas, los adapté y me quedaron muy fuertes, ahora sólo faltaban los tirantes de abajo que agarrarían al equipo. Al igual que el resto, conseguimos tirantes de piernas de otro equipo Lancer y los cortamos, lo cosimos al arnés principal que iba a ser usado por el pasajero. Como no estaba seguro de lo que nos podría pasar y quería asegurar al pasajero de la mejor manera, pusimos un correa de pecho adicional de banda ancha que sujetaría a los dos paracaidistas.

Una vez construido el arnés y haber seleccionado el equipo con el que podíamos hacer el experimento, necesitábamos muchas cosas más:

Primero, ¿quién sería el pasajero?

Segundo, no debíamos pedir permiso, ya que seguro nos lo negarían. Sabíamos desde un inicio que nadie querría arriesgarse ni responsabilizarse de esto. Así que esto fue simplemente un acto de locura, de la cual debíamos asumir todos los riesgos y responsabilidades.

Tercero, (si lográbamos pasar las anteriores) ya en el avión o helicóptero, ¿Cómo mentiríamos a la tripulación sobre este salto?

Como ven, había mucho que pensar, el cómo lograrlo y cómo pasar esas barreras normales dentro de una Institución disciplinada como lo es el Ejército, era una de las tantas barreras. Pero la gana de hacerlo era mucho más fuerte que buscar un pretexto para luego decir “No pude hacerlo”.

Con el equipo listo y con ciertos temores a que nos bloqueen esta iniciativa, enseñé el equipo a los que en aquella época tenían más experiencia en el tema salto libre, para escuchar sus comentarios  que seguro me servirían, lo revisaron: el Tcrn. Eduardo Maldonado, el Tcrn. René Yandún, Sgto. Luis Zabala, y algunos paracaidistas más. No escuché ningún comentario negativo, porque desde el punto de vista técnico se estaba cumpliendo por lo menos con lo básico: un equipo que resista el peso con el que vamos a saltar. La pregunta en general era ¿Con quién íbamos hacerlo?, ya que lo veían más bien como una locura -y eso me motivaba más- era un reto a cumplir que nadie lo había hecho antes y yo lo quería hacer como de lugar.

En ese instante se me vino por la mente, que el mismo Sgto. Bravo podría ser el elegido, pues con él habíamos construido este ejemplar y que debíamos probarlo juntos. Y bueno, no me costó mucho convencerlo, los dos sabíamos que haríamos un salto que quedaría marcada en la historia del paracaidismo ecuatoriano y que no debíamos temer por que los dos éramos buenos paracaidistas. Sabíamos que durante la caída libre lo dominaríamos sin problema y que cuando abramos el paracaídas, si este se rompía por la velocidad de caída y/o el peso que este origina, teníamos un paracaídas  de reserva de iguales características como “plan B”, que podríamos usarlo una vez que hayamos reducido la velocidad original del primero que para eso ya hubiese estado abierto. Algo que estábamos confiados es que el paracaídas que usábamos estaba dentro de su “performance”, es decir que por sus características técnicas era capaz de resistir una carga límite de 400 libras, peso al cual ni si quiera llegábamos juntos, ya que él pesaba 120 libras y yo 180 libras. Para explicarlo mejor, con equipo y todo, nuestro máximo peso en conjunto era de 350 libras. El sargento era el más chiquito que había en las FFEE y me dijo que sí, pero que quería hacerlo si el Sgto. Luis Zavala nos acompañaba en el salto, más que nada en la caída libre por que no sabíamos cómo sería nuestro vuelo con dos personas, a lo que le manifesté que por supuesto, pues teníamos que apoyarnos en los experimentados.

Nuestro entrenamiento de la salida del avión fue siempre agarrados con el Sgto. Luis Zavala para que nos logre estabilizar, por si no podíamos hacerlo, para la apertura del paracaídas el Sgto. Bravo debía virar la cabeza a la izquierda y  yo a la derecha, para evitar que su cabeza golpee mi mentón en la frenada brusca de apertura del paracaídas, lo cual podría causarnos un accidente, para el aterrizaje deberíamos caer de nalga para amortiguar la caída. Todo era nuevo y por experimentar, la salida del avión, la caída libre, la apertura del paracaídas y luego el aterrizaje, debíamos prever todo lo que podíamos y lo que no.

Como todos los años, fuimos invitados para las fiestas de octubre a Guayaquil, el equipo de salto libre de la Brigada tenía que hacer el salto tradicional con las banderas para entregar al Señor Presidente de la República antes del desfile, luego realizar algunos saltos en diferentes lugares de la provincia, entre ellos en el estadio del Barcelona. Así que pensé este último sería la gran oportunidad y perfecto para hacerlo, pues ya teníamos un pretexto, helicóptero a nuestra disposición, y nadie estaría preguntando mucho sobre  este salto. Lo podríamos hacer sin avisar a nadie, yo estaba al mando  de la comisión y puse los equipos, el arnés y lo integré al Sgto. Bravo en la lista de la comisión.

Tándem Edgar y Nadya Narváez

Edgar Narváez y su hija Nadya Narváez después del salto tándem

Pero cuando ya estábamos con todo listo en Guayaquil, se integró a la comisión el Capitán Diego Albán (más antiguo que mí) y tomó el mando de los saltos. Al enterarse de lo que estaba  pensando me dijo eso había que dar parte y yo le pedí que no lo haga, porque nos lo negarían y todo el trabajo realizado habría sido en vano. Sin embargo, cuando nos disponíamos a pedir el último permiso para abordar la nave para el salto, en el patio de parte del 5to. Guayas, el Capitán Diego Albán informó al Jefe de Estado Mayor, el Crnl. Ramiro Oleas, lo que se iba hacer: un salto en tándem. Mientras Diego hablaba y sin dejarle terminar, le dije al Jefe de Estado Mayor que esto era algo que ya lo habíamos hecho antes y para mi suerte, como nadie ni siquiera entendía esta terminología todavía y mi apodo “LOCO NARVÁEZ” también ayudó mucho, sólo me dijo: ¿lo puedes hacer?, yo sin dudar le respondí –¡Claro!-. Con esto ya no le  hicieron mucho caso a Diego, solo me dijeron que siga sin mucha traba. Igual pasó en la puerta del helicóptero Súper Puma del Ejército, que era piloteada por el Tcrn. Piloto (Cicuta) Fiallos, quien al ver que subíamos todos pero un paracaidista sin equipo me dijo: ¿Loco, qué vas hacer?, le contesté -nada en especial mi Coronel, un salto de rutina, ya lo hemos hecho algunas veces-, él sólo movió la cabeza, prendió el helicóptero y subió a 12.500 pies sobre el 5to. Guayas.

Cuando estábamos ya por los 8.000 pies, enganché al Sgto. Luis Bravo a mi equipo y  ajusté todo tal como lo habíamos practicado “muchas veces” – pero en tierra. Habíamos algunos paracaidistas en el helicóptero, todos nos miraban con ansiedad y con mucha expectativa. De pronto algunos estarían pensando que a última hora no lo haríamos, pero cuando se abrió la puerta y ya estábamos en el final, el Sgto. Luis Zavala vio la zona y dijo: “estamos sobre el punto, es hora de saltar”; yo le dije –Ok-, agarrémonos para la salida. Él dijo: “vayan, mátense solos” y se hizo para atrás. El Sgto. “Cuy”, como le digo cariñosamente, me regresó a ver y dijo: “si no saltamos con él, no salto”; le dije- ¿Queeee?.

Me tomó un par de segundos para decidir entre saltar o no, era ese día o nunca, había esperado tanto desde que se me ocurrió hacer eso, había pasado tantos filtros de seguridad, no me podía quedar en el avión, me di la vuelta y vi que si no saltábamos nos habríamos pasado la zona y todo habría cambiado. Yo confiaba en mi capacidad de vuelo, confiaba en el equipo que había construido, confiaba en el paracaídas que había escogido, solo tenía que hacerlo y así fue que le dije al Sgto. Bravo- ¡NOS VAMOS HIJUE P$%&!.

Saltamos de cabeza, porque al no estar como lo habíamos planeado con el Sgto. Luis Zavala,  había resistencia y quería apoyarse de la puerta para parar el salto, pero fue demasiado tarde… Me clavé y adopté la posición, él también lo hizo como buen paracaidista que era y no tuvimos problemas al volar en caída libre, llegó el momento de apertura, le golpeé la cabeza para que gire a su lado como lo habíamos  planeado y así lo hizo, cuando el paracaídas se abrió gritamos juntos muy felices -¡LO HICIMOS!-. Ahora nos tocaba el aterrizaje, la zona escogida para el salto fue lamentablemente una cancha de indoor fútbol del 5to Guayas, se pueden imaginar: era un salto de precisión. Pero gracias a la mucha experiencia en saltos de este tipo, no fue difícil llegar al centro del estadio y festejar el salto, nos felicitaron nos abrazaron y se dijo: “este fue un día de recordación para las FFEE del Ecuador”. Le dije a Cuy – ¡Lo logramos!, gracias por confiar en mí, ahora hagámoslo de nuevo para afianzar esta modalidad de salto libre-. Enseguida empacamos y realizamos un segundo salto, ya con más confianza que el primero, pero ahora tuvimos un problema que no sabíamos: para el aterrizaje necesitábamos un poco más viento que de lo normal. Las condiciones cambiaron, el viento se puso cero y cuando quise frenar el paracaídas, por el peso y la velocidad, nos fuimos con fuerza a tierra. El que más sufrió el impacto fue obviamente el Cuy, cuando nos paramos le dolía todo y me dijo: “No más mi capitán”.

Quise convencerle para que saltáramos en la noche en el estadio de Barcelona, pero ya no quiso y tampoco nos permitieron hacer tándem en el estadio, entonces dije -ya está hecho,  cumplí mi objetivo-, ahora por seguridad en el peso y más tranquilidad lo haré solo con niños y así lo hicimos.

Una vez que regresamos de la comisión de Guayaquil, ya en mi unidad el Grupo de Fuerzas Especiales No. 26 ubicado en Quevedo, se comentaba mucho esto: el tándem. En una de estas reuniones, el hijo de mi Mayor Hugo Guerrón, me dijo que a él le gustaría hacer un salto, estábamos muy felices con lo que habíamos logrado y como los jueves saltábamos en Quevedo con las avionetas del ejército fui un día por la casa del Mayor Hugo Guerrón y le vi a Huguito de 10 años de edad jugando en el patio de la casa y le dije -¿te gustaría saltar de un avión?-, me dijo: “Claro”. Le dije –Vamos, que ya mismo llega una avioneta y serás el primer niño paracaidista del Ecuador-, fuimos al cuartel, cuando llegó la avioneta estábamos listos, hicimos un poco de práctica para la salida de la avioneta y enseguida envié a un soldado para que le comuniquen al papá, el Mayor. Hugo Guerrón, que Huguito, su hijo, va a saltar y que si quiere venir a verlo. Inmediatamente di la orden al piloto que arranque, cuando nos elevábamos en la cabecera de la pista vi que el Jeep Comando se dirigía a la pista a gran velocidad, le dije a Huguito -Tu papi viene a despedirte-, no sé si venía a suspender  el salto o darle fuerzas al hijo para el salto, pero una vez que estábamos ya en altura de salto salimos a la puerta y volamos mucho más suave y relajado que los dos saltos anteriores. El aterrizaje también fue mucho mejor, ya que la pista de Quevedo es un lugar  muy amplio, el clima, los vientos, favorecen  para un aterrizaje perfecto. Nos recibió mi Mayor, le abrazó a su hijo y me felicitó, después fuimos a festejar como se merece, en el casino de oficiales. Ese día no saltamos más, fue así como después con mi hija, Nadya Narváez, de apenas 7 años haríamos muchos saltos demostrativos en algunas ciudades del país y entre otros que recuerdo, es la hija del Sgto. Félix Guerrero, el hijo del Mayor Guerrero y también con muchos niños más, quienes disfrutarían de este deporte, iniciando así una nueva era del paracaidismo del Ecuador.

Años después tuve el honor de conocer a Ted Strong, el inventor del Tándem en los Estados Unidos con una historia similar a la mía, nos hicimos grandes amigos. Cuando fui Director de la Escuela de Fuerzas Especiales, lo invité y por primera vez en el país, se realizó el curso tándem dirigido por él, nos graduamos 5 saltadores tandistas y a mi me dieron el título de Instructor Tándem, para esa fecha ya había completado 150 saltos tándem con el paracaídas que lo modifiqué, es así como nace el Tándem en el Ecuador, usando paracaídas de la fábrica STRONG ENTERPRISES.

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